Narradas, no escuchadas - Texto de opinión comparativo Cambio de luces
- Lu Sordo
- 7 jul
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 14 jul
Narradas, no escuchadas
La representación de la mujer en la literatura ha sido, históricamente, una construcción moldeada por la mirada masculina. En Cambio de luces de Julio Cortázar y La intrusa de Jorge Luis Borges, dos relatos muy distintos en estilo y contexto, se repite una constante inquietante: la mujer es presentada no como sujeto de acción o pensamiento, sino como una figura subordinada a los deseos, necesidades o conflictos del varón. Desde esta perspectiva, ambos cuentos evidencian cómo lo femenino es reducido a una función dentro del relato masculino, ya sea como consuelo, amenaza o símbolo.
En ambos textos, la mujer carece de voz propia. No se le otorga la posibilidad de intervenir activamente en la historia, sino que se encuentra sujeta al accionar masculino. En el caso de Cortázar, lo femenino se convierte en una construcción idealizada que sostiene emocionalmente al protagonista. En el de Borges, la mujer es tratada como un objeto de disputa que desestabiliza un vínculo viril. En ninguno de los dos casos se le concede autonomía real, ni participación directa en la toma de decisiones que determinan su destino. La subjetividad femenina queda anulada o absorbida por la lógica del hombre, que narra, interpreta y resuelve según su propia visión del mundo.
Esta ausencia de la voz femenina no es casual, sino estructural. En Cambio de luces, la mujer aparece como un alivio frente al dolor, como una proyección que permite resistir, pero no como una persona real con deseos y límites propios. En La intrusa, la mujer es una presencia corporal que irrumpe en el orden masculino, pero cuya existencia debe ser controlada e incluso anulada para que ese orden pueda restablecerse. En ambos casos, lo femenino es subordinado: idealizado o eliminado, pero nunca escuchado.
Lo que resulta más revelador es cómo estos relatos, sin proponérselo explícitamente, ponen en evidencia un patrón profundamente arraigado en la cultura: la mujer existe en tanto es útil para el relato del hombre. Su presencia no tiene valor por sí misma, sino por la función que cumple dentro de la experiencia del varón. Así, incluso cuando aparece como figura central en la trama, es central solo en tanto afecta al protagonista masculino, no por lo que ella representa en sí.
Por eso, al leer estos cuentos desde una perspectiva crítica, es posible advertir no solo la potencia narrativa de Cortázar y Borges, sino también las limitaciones de sus mundos ficcionales a la hora de dar lugar a otras voces. La mujer, en estos relatos, no puede decidir, intervenir ni transformar su entorno. Es narrada, utilizada o desechada. Su presencia está siempre filtrada por la mirada masculina, que la define según sus propios parámetros. Esta mirada, aunque literariamente eficaz, deja al descubierto una visión incompleta de lo humano, donde lo femenino permanece en los márgenes, sin voz ni poder real de acción.
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